Desde que pensé en este viaje como tal… supe que no sería un andar sin-sentido, lo imaginé un millón de veces sentada en las laderas desiertas del norte de mi Chile, con el sol de amigo y un par de marcas delatoras en mi piel.
Lo imagine un centenar de veces, de diversos ángulos y con los más distintos colores… más la imaginación no alcanzó a notar que mi destino sería por fin último el SUR.
Lo creí y en más de una oportunidad lo dije, el destino es lo de menos… más hoy mientras veo fotografías y bailan en mí silencios los recuerdos, llego a la conclusión que el destino no fue al azar ni tampoco dio lo mismo… que el verde y el humo saliendo de las chimeneas en la isla Lemuy o en las costas de Curaco no eran azarosos y mis ojos y mi espíritu necesitaban de ese olor, de esa textura, de esos paisajes… de esa gente.
Si el Sur hubiese sido Norte… mi viaje se hubiese tornado distinto y mis palabras no tendrían el mismo acento, mi cuerpo no estaría cubierto de lana ni mis sueños de psicóloga se hubiesen despertado entre pueblitos de pescadores sedientos de historias y sabiduría, la ale y el nico no se abrían topado en mi camino con sus cañas de pescar y su fueguito tan querido, el tío Juan no hubiera tenido a quien transportar ese día en su camión de almejas, y Jc con la Ima hubieran callado un grito de despedida.
Y es que Chiloé me permitió por 2 semanas saborear su encanto, pisar el suelo navegante de su historia e inspirar un par de oraciones de este viaje que sé habitará en mi retina y en un par de hojas sueltas que comienzo a relatar.
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