jueves, 4 de marzo de 2010

Mil maderas, mil maneras de conocer Chiloé

“Y también sé lo importante que es en la vida no necesariamente ser fuerte, sino sentirse fuerte. Medirse uno mismo aunque sea una vez. Encontrarse aunque sea una vez en las más primitivas condiciones humanas. Enfrentando la ceguera y la sordera solo, sin nada que te ayude excepto tus manos y tu propia cabeza” (into the wild)

Desde que pensé en este viaje como tal… supe que no sería un andar sin-sentido, lo imaginé un millón de veces sentada en las laderas desiertas del norte de mi Chile, con el sol de amigo y un par de marcas delatoras en mi piel.

Lo imagine un centenar de veces, de diversos ángulos y con los más distintos colores… más la imaginación no alcanzó a notar que mi destino sería por fin último el SUR.

Lo creí y en más de una oportunidad lo dije, el destino es lo de menos… más hoy mientras veo fotografías y bailan en mí silencios los recuerdos, llego a la conclusión que el destino no fue al azar ni tampoco dio lo mismo… que el verde y el humo saliendo de las chimeneas en la isla Lemuy o en las costas de Curaco no eran azarosos y mis ojos y mi espíritu necesitaban de ese olor, de esa textura, de esos paisajes… de esa gente.

Si el Sur hubiese sido Norte… mi viaje se hubiese tornado distinto y mis palabras no tendrían el mismo acento, mi cuerpo no estaría cubierto de lana ni mis sueños de psicóloga se hubiesen despertado entre pueblitos de pescadores sedientos de historias y sabiduría, la ale y el nico no se abrían topado en mi camino con sus cañas de pescar y su fueguito tan querido, el tío Juan no hubiera tenido a quien transportar ese día en su camión de almejas, y Jc con la Ima hubieran callado un grito de despedida.

Y es que Chiloé me permitió por 2 semanas saborear su encanto, pisar el suelo navegante de su historia e inspirar un par de oraciones de este viaje que sé habitará en mi retina y en un par de hojas sueltas que comienzo a relatar.

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